Si hay algo que puede desear una entidad es que su campaña de comunicación se convierta en “viral”, que se expanda como un virus, de manera espontánea, por contacto… O lo que es lo mismo, que se difunda sin necesidad de hacer nada, tan sólo porque a la gente le gusta y la quiere compartir y redifundir entre sus contactos, a través de internet y de las redes sociales y últimamente, sobre todo a través de WhatsApp ¿Pero qué ocurre cuando en vez de una campaña es un “mito urbano”? ¿Y cuando, sea lo que sea, la “maldita” cadena viral no tiene fin?
Casi todos nosotros formamos parte de algún grupo de Whatsapp. Ese grupo que, inicialmente se creó para estar en contacto con la familia, los primos, los antiguos compañeros del instituto o la universidad, o los padres del colegio de nuestros hijos… Pasado un tiempo, ya no tiene mucho sentido y cuando a la gente se le ocurren más anécdotas que contar o incluso cuando se cansan de discutir de fútbol, política u otras cuestiones, ocurre. Zas! Alguien lo envía. Un mensaje que llama a la acción de manera urgente. Un mensaje impersonal. Que corta la conversación. Que pide que hagamos algo. Reenviarlo. Ahí está: una cadena.